- Orlando Gomez
- 5 hours ago
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En menos de un mes han flotado dos proyectos de ley sobre la libertad de expresión y su regulación con especial enfoque en las redes sociales y los medios digitales. Tratar de regular la libertad de expresión es engorroso, la sociedad siempre verá con sospechas cualquier forma en la que el Estado trate de poner reglas alrededor de lo que se puede o no decir, y con razones válidas. Para no entrar en el problema de poner reglas sobre lo que se dice, es mucho más efectivo exigir transparencia a quien lo dice.
Es una práctica común en nuestro país pagar u otorgar beneficios ocultos a comunicadores o periodistas a cambio de que estos difundan un mensaje para “construir narrativas”. Esa es una práctica éticamente cuestionable, pero no ilegal. En los medios tradicionales los directores tienen la responsabilidad ética de prevenir esta práctica, en las redes sociales no hay control alguno.
Una cantidad significativa de las campañas difamatorias en nuestro país tienen indicios de ser resultado de una “construcción narrativa” pagada, desde la coordinación de mensajes entre múltiples comunicadores e “influencers”, el uso masivo de cuentas títere para fabricar interacciones y aumentar su alcance, la creación de “noticieros digitales” pantalla para legitimar el mensaje, entre otros comportamientos comunes a este tipo de actividad. Más que abocarnos al delicado ejercicio de regular la expresión, entiendo que hay un interés legítimo y justificable para que el Estado ponga sus ojos en traer luz sobre esta práctica.
En la era de los podcasts, “influencers” y comunicadores “independientes” el valor de estos se encuentra en el peso y la validez que sus seguidores le dan a lo que estos dicen, bajo el entendido que sus opiniones y comentarios vienen de una genuina convicción personal. Más allá de la irresponsabilidad ética que representa recibir dinero para comunicar u opinar sobre un tema, en el mundo de las redes sociales esto se acerca al fraude en perjuicio de los consumidores.
Para regular esta actividad la ley no debe prohibir el pago o la recepción de dinero o beneficios a cambio de emitir una opinión pública, es éticamente cuestionable pero por si sola no constituye una conducta que tenga impacto en terceros o a la sociedad. Lo que la ley sí debe exigir es que la persona que reciba dinero o beneficios a cambio de hacer un contenido, divulgue dentro del contenido de forma clara y entendible que para la divulgación de ese contenido se recibió un pago o beneficio e identificar a la persona que realizó el pago.
En este escenario la conducta sancionable sería la no divulgación a los consumidores del contenido sobre el pago del mismo, y no el pago como tal, pudiendo aplicarse sanciones monetarias significativas por esa falta.
Cuando se trata de regular la libertad de expresión es muy difícil definir regulaciones sin cruzar límites sensibles y razonables que terminen dando demasiado poder al Estado en detrimento de las libertades más esenciales de la democracia. Es mucho más fácil y efectivo exigir transparencia en las motivaciones detrás de cualquier expresión.